La investigación es un oficio, un métier, un arte que implica la adquisición y aplicación de técnicas específicas: la invención creativa de artilugios teórico-metodológicos que nos posibilitan abordar preguntas y problemas.
El quehacer cotidiano de la investigación suele ser una instancia más o menos solitaria que -a lo sumo- es compartida con directores, colegas y compañeres, pero no discutida públicamente.
Abrir la cocina es una invitación a socializar esta instancia, a cuestionar el ethos académico que pregona una autoría individualista. Después de todo, ningún texto es publicado sin ser releído, criticado, revisado y reeditado con la ayuda de otres colegas.
¿A qué llamamos “equivocarnos” en el proceso de investigación? La mayoría de las veces, las cosas a las que llamamos “errores” -ya sean de escritura, de formulación del problema, de torpezas durante el trabajo de campo- son pasos ineludibles en la adquisición de un oficio.
Relativizar los “errores” y entenderlos como momentos de experimentación nos ayuda a comprender los caminos del aprendizaje. Se aprende haciendo junto con otres, docentes y compañeres.
Las (no) recetas
Toda receta, siempre parcial, puede ser modificada, puesta en duda, adaptada y sazonada a gusto de cada persona y de acuerdo a sus circunstancias particulares.
Afirmar que no hay recetas absolutas en la cocina de la investigación no equivale a desconocer que hay caminos y herramientas útiles que pueden ser compartidos.
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